sábado, 8 de abril de 2017



Ella




Están las jaras en flor y también el romero, los hinojos, las mimosas y la genista. Han florecido las orquideas silvestres, los lirios y las margaritas. Ya se escucha el trinar ajetreado de los pájaros, en su ir y venir, cargando materiales para adecentar sus nidos. Ya empezamos los humanos a hacer lo mismo y nos preparamos para pintar las casas y arreglar los jardines. Comienza la vida en el exterior. Se acaba el letargo. Despertamos.

Ya pronto llegarán los turistas, como cada año. Y como cada año nos agobiaremos con los atascos, con la masificación, con el caos. Y nos quejaremos enfurecidos. Con o sin razón, echaremos la culpa de todos nuestros males a la gente que viene a pasar aquí sus vacaciones. Les llamaremos despectivamente “guiris” y los trataremos con un cierto desprecio. Son los invasores, son los que nos rompen la paz, son los que ensucian y maltratan la isla. Parecen el enemigo.

Y con falsa resignación, ya que vienen, intentaremos sacar tajada de ellos. Subiremos los precios de todo, desde el agua embotellada hasta los alquileres de las casas. Desde una caña de cerveza en un bar de mala muerte, hasta una minúscula croqueta en un supuesto Beach Club. ¿Por qué no? Aprovechemos la situación, sería de tontos no hacerlo. Total no se enteran, son guiris, y encima en unos días se van y vienen otros nuevos a los que podremos engañar.

Pero de pronto nos enfadamos muchísimo al ver que hemos caído en nuestra propia trampa. Nos damos cuenta de que nosotros, los isleños, los residentes, los listos, acabamos pagando esos precios también. Y las redes sociales se llenan de fotos de facturas de restaurantes: “¡80€ por una ensalada!”, “¡40€ por una caña!”. Nos indignamos con los precios de la vivienda:“¡800€ por una colchoneta en un balcón!” “¡6.000€ por un apartamento ruinoso!”. “¡Hay que ver cómo es la gente!”, “¡Están echando la isla a perder!”, decimos cargados de razón.

Y es verdad, hay que ver cómo es la gente. La gente: ese ente abstracto que nos molesta, nos engaña y nos hace sufrir. Pero ahora piensa y dime: ¿Quién es “la gente”? Tú eres gente, yo soy gente. No sólo son gente los demás. Cuando decimos:“¡Qué horror! Cuánta gente había en la playa”, olvidamos que nosotros somos parte de esa masa de colorines que está tumbada en la arena o de pie en la orilla. Formamos parte de esa foto que aparece en las noticias cuándo hablan de la masificación de la costa. Nosotros somos gente, pero se nos olvida.

¡Se nos olvidan tantas cosas! Se nos olvida que ·más· no es sinónimo de ·mejor·. Se nos olvida que la avaricia es una enfermedad, que la estafa es un delito, que no todo vale y que no todo tiene solución. Pero se nos olvida lo más importante, y es que esta isla tan bonita, con la que se nos llena la boca al pronunciar su nombre, esa que tanto amamos, la joya de las joyas, la Diosa del Mediterráneo, a esa, a Ella, entre todos, la estamos matando.

Pero ella hace que no lo sabe y sigue floreciendo sus jaras y sus lirios. Y sigue limpiando su agua y bañando sus playas. Sigue amaneciendo y atardeciendo como si no pasara nada. Como si no nos odiara por hacerle daño. Como si aún nos quisiera.



Y aquí los listos, los que nos ufanamos en hacer ver que la queremos, seguimos despotricando año tras año, con la boca grande o con la boca chica, de lo mala que es la gente. Qué malos son los otros, los demás. Qué mala gente somos la gente.

2 comentarios:

  1. Molt be, querida; lo suscribo con énfasis y coraje. Por cierto, es la primera vez que entro en tu blog. Está muy bien. Y sí, ya sé que debería tener uno propio, pero no me acaba de apetecer, de momento. Besos.

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  2. Mientras nos sigamos identificando con nuestro ego seguiremos siendo gente.
    Cuando superemos nuestro ego no sólo seremos gente... también seremos jaras, lirios e incluso guiris.
    No existe paz sin compasión.
    No existe libertad sin contemplación.

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