Hoy me he despertado con ojos de otro. Mirar la casa con
ojos de otro, cuando además ese otro no tiene piedad, es lo más parecido a un
castigo divino.
Han ido apareciendo de golpe mil desperfectos. Todos los
detalles feos destacaban como nunca: lo
sobada que está la tapicería de ese sofá, la telaraña que cuelga cerca del tubo
de la chimenea, el descosido de la esquina de un cojín, el deshilachado de una
alfombra, la maraña de cartas del banco y papeles que se han ido acumulando al
lado del teléfono, ¡el teléfono! Era blanco, pero hoy tiene una especie de velo
grisáceo. Una mosca muerta al lado de la ventana, el cerco oscuro que bordea un
interruptor, las hojas pochas de la
planta del ricón. ¡Nada de eso
estaba ayer! Lo juro.
Al entrar al baño he visto el polvo posado en esos
frasquitos de lociones y perfumes que uso poco, lo gastados que están los cepillos
de dientes, ¡el cepillo del pelo! Pero ¡¿Cómo puede estar así el cepillo del
pelo?!
La nevera: afortunadamente, hoy sólo la vi desordenada y
encontré alguna reliquia que tiré a la basura con un estilo muy propio de la NBA, pero las neveras pueden
llegar a ser auténticos espacios de experimentación biológica. Todo un mundo
aparte el de las neveras.
Siguiendo con ojos de otro, fui a poner la lavadora. Casi
me da algo. ¡El cajetín de la lavadora!
El apartado del suavizante estaba lleno de suavizante medio sólido. ¿Por qué?
¿Por qué me hace esto? Creo que me tiene manía. Así que me armo de valor para
quitarlo y limpiarlo, pero entonces caigo en la cuenta de que quien me tiene
manía es el fabricante de lavadoras. No
hay forma de sacar el cajetín.
Tiro. Tiro suave. Tiro fuerte. Tiro inclinándolo hacia
arriba, hacia abajo… Respiro. Vuelvo a tirar. Vuelvo a respirar, pero esta vez resoplo. Tiro de nuevo del cajetín. Suelto insultos y burradas mientras lo
agarro con las dos manos como si fuera a estrangularlo. Respiro y pienso en el Tai Chi. Saca el zen,
me digo. Tiro… Me doy un paseo. Vuelvo
más relajada, así que pongo la lavadora y ¡que le den al cajetín y al
suavizante y a ….! Pienso en quien lo ha
diseñado. Ese no ha puesto una lavadora nunca y lo que es peor, ¡no piensa
poner una jamás en su vida!
Decido salir al sol, sentarme y contemplar el cielo. Es lo
único que, esté como esté, no es asunto mío. Si miro al suelo, veo que no he
barrido el jardín, que no he quitado las malas hierbas, que no he trasplantado
esa pobre adelfa… en fin, que me siento y decido mirar al cielo a pesar de mis
cervicales.
¿Igual el de la lavadora está vengándose de una madre
maniática?... ¡No pienses!… Mira qué
limpio está hoy el cielo. Ni una nube.