Pasan cosas en el día a día con y sin importancia y la
memoria de pronto decide registrar algunas. Lo gracioso es que uno nunca sabe
cuál de todas será la elegida. La memoria es caprichosa y escoge, muchas veces,
lo que menos te esperas.
Hoy justamente recordaba, mientras fregaba los
cacharros, a una cajera jovencita y
antipática que se negaba a darme un vaso que venía de promoción con la Coca-
Cola. Finalmente me lo dio y al llegar a casa y abrir la cajita donde venía
guardado, vi que estaba roto.
Qué me importaba a mí ese vaso! Sí es cierto que aquella
situación tan ridícula me sentó mal, pero sinceramente no tan mal como para que
hoy, unos ocho años después, me viniera
a la cabeza.
La mente va por libre y cuando le da la gana va incluso al
tun-tun. Cuántas veces soy incapaz de
recordar cosas importantes y en cambio, la escenita del vaso de promoción va y
se me queda grabada como si hubiera ocurrido ayer o como si fuera muy
importante.
Dicen que la gente cuando es mayor, al final de su vida,
recuerda nítidamente su pasado. Espero
no pasarme la vejez recordando este tipo de bobadas y contándoles a mis nietos
lo antipática que fue un día conmigo una cajera que seguramente ya estará
jubilada…
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Hay recuerdos dulces que afortunadamente también se quedan
grabados y que recordarlos reconforta, hacen sonreír y llenan el alma. Tengo muchos momentos con mi hijo. De cuando era un bebé, tengo guardada su
sonrisa asomando a los lados del chupete, su mirada directa, su olor, sus manos
pequeñas, sus pies, el placer de dormir una siesta con un diminuto ser que
cabía perfectamente acurrucado entre mi barbilla y el pecho…
También hay recuerdos que de pronto te asaltan en la calle y
no puedes evitar reír aún yendo sola. Son incómodamente divertidos. Estos me
encantan.
Recuerdo amores y emociones. También desamores y
tristezas.
Recuerdo el olor de “La Gregoria”. La tienda de caramelos a
la que íbamos en El Escorial. Ese es uno de los recuerdos más antiguos y más
grabados a fuego. Dejamos de ir a El
Escorial cuando yo tenía menos de tres años, pero todavía a veces me viene el
aroma y me transporta allí, a un lugar
que no sabría describir ya que es una sensación
y no una imagen lo que se quedó grabado.
Olores guardo muchos; El de mi cartera del cole, mezcla de
papelería y charcutería gracias al bocadillo que a media mañana me hacía renacer;
El de los libros nuevos; El del estuche; La crema de mi madre al darnos un beso
de buenas noches; El olor a periódicos de mi padre, siempre con su cargamento
diario a cuestas; La colonia de “Álvarez Gómez”; El del arroz con leche que me
hacía La Consola; Las lilas del jardín, que me encantaban; El olor de la madera
que cada viernes enceraban en el colegio…
Y muchísimas cosas más que me han ido viniendo ahora a la
cabeza, mientras escribía esto.
Qué alivio hacer recuento y ver la de recuerdos bonitos que
guardo dentro y todos los que me quedan por guardar. Tengo que “resetear” y
hacer limpieza, a ver si borro lo de la cajera y alguna que otra chorrada más.
Seguro que me están quitando espacio del disco duro.
Deberíamos tener una forma de borrar archivos cargados de virus de la memoria y quedarnos con los buenos. Y no me refiero solo a los buenos recuerdos, sino a los malos que nos han hecho crecer. Pero olvidar los tontos. Muy bueno Su
ResponderEliminarToda la razón!!!! y gracias :)
ResponderEliminarSoy tan desastre que no sé dónde lo leí, pero era un estudio científico, de esos serios hechos overseas, que afirmaba que el olfato es nuestro sentido con más memoria. Se nos puede olvidar una cara, una voz... Pero un aroma, jamás.
ResponderEliminarPor cierto, cuentas tus recuerdos con tanto cariño y tanta gracia que me gustaría robártelos. ¡Escribes como los ángeles!
No sabes dónde lo leíste porque ya te digo que la memoria va por libre y al tun-tun :)
EliminarGracias por lo que me dices. Eres un sol!
Ha leido ud a Proust? Todo comienza con el olor a una magdalena...
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