domingo, 19 de agosto de 2012

Islas dentro de islas


Ayer fui a una misa acompañada de entierro en la iglesia de Santa Agnés de Corona.
Es un minúsculo pueblo en Ibiza. Tan pequeño que sólo tiene una iglesia, dos bares y una tienda de artesanía de cuero, que lleva mil años abierta pero que yo siempre veo cerrada. En el pueblo no hay casas, los parroquianos viven desperdigados por ese precioso valle lleno de almendros que justamente ahora están en flor y dan ese aspecto de valle nevado que tanto gusta a poetas, a enamorados y a moteros. No sé qué les ha dado a los moteros con el pobre valle, pero cada domingo lo inundan de un ruido infernal. ¡Qué pesados!

En la iglesia estaban todos los payeses de Corona vestidos de domingo. Probablemente yo era la única forastera, así nos llaman a los no autóctonos aunque vivamos aquí toda la vida.


No cabía un alfiler y me quedé de pié al fondo observándoles a todos de espaldas. Todos tienen un tamaño similar, tanto de alto como de ancho. Todos visten igual.  Los mismos colores, los mismos abrigos, las mismas chaquetas, los mismos peinados, las mismas coronillas calvas, los mismos zapatos, los mismos pendientes, las mismas barrigas. Ese aspecto tan igual acompañado de movimientos exactos era muy curioso. Saben los rituales de la misa y por tanto se levantaban a la vez, se persignaban a la vez, decían las mismas palabras a la vez. Aquella extraña coreografía uniformada me hizo sentir mucho más forastera de lo habitual. 
El momento de darse la paz me sentó bien, no sé cuantas manos se me acercaron a saludar. Me gustó.

El caso es que además de fijarme en ellos, en la voz del cura que pensé que lloraba y luego me di cuenta de que se ahoga un poco al hablar y por eso parece que solloza, en el cirio encendido enorme y nuevo, en una cerámica pintada de San Juan Bautista que había a mi derecha, el pobre en una postura tan rara que parecía una ninfa del bosque borracha – vi que el payés que había a mi izquierda también lo miraba con cara de extrañeza- , en lo bonita que es  la imagen de Santa Inés con su espiga y su corderito, en una tela de araña  de una de las columnas, en el mantel que cubría la mesa debajo de San Juan, que seguramente lo ha bordado alguna mujer del pueblo, en el sol que entraba por la puerta casi hasta el altar, además, pensé en Toni. Pensé en lo triste que estaba y en lo que agradecía que hubiéramos ido. Pensé en ese adiós que damos todos juntos a quien se va para siempre. Pensé en la abuela de Toni que lo ha criado ya que su madre murió cuando él era pequeño. Pensé que esta mujer, como muchos de los que ayer estaban en la iglesia, había nacido y muerto en el mismo valle del que nunca salió. Una vida entera en el mismo lugar, sin moverse apenas a los demás pueblos de la isla.

Pensé en  islas dentro de islas.

También pensé en mí, pero ese es otro cuento.



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