Mi madre cuenta que había sido tan cobarde en los otros
partos que conmigo se hizo la valiente y casi nazco en el coche de mi
padre. Él, que odiaba conducir y ella
quejándose a cada bache. Qué dos piezas irrepetibles.
Afortunadamente, de las madres no se duda, pero lo cierto es
que yo era la viva imagen de La Consola, La Consi pa' los amigos. Era la mujer
que trabajaba en casa y que nos quería más que si nos hubiera parido.
“Ay mi tesoritooooooooooooooooo!!!!!!!!!!” me gritaba al
oído con todo su amor, dejándome un prolongado y agudo pitido, igualito al de
cuando se acababa la emisión de la tele por la noche.
La Consola, siempre le reprocha a mi hermano haberse tenido
que ir aquella mañana, del hospital corriendo a casa, porque llamaron para
avisar de que el niño andaba con fiebre. “Hay que vé que oportuno er niño…!”
Y en aquella casa del niño con fiebre, que resultó ser un
hermano muy divertido, me esperaba un montón de gente por conocer. Allí siempre
había gente, de todas las formas y colores, de todos los gustos, de todas las
especies. Me esperaba una hermana mayor
guapa como ella sola, me esperaba otra rubia a lo Doris Day, me esperaban tías
a cada cual más excéntrica y más adorable, una abuela marquesona y gallega, y
una infancia tan llena que todavía, a estas alturas, tengo.
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