Ella
Están
las jaras en flor y también el romero, los hinojos, las mimosas y la
genista. Han florecido las orquideas silvestres, los lirios y las
margaritas. Ya se escucha el trinar ajetreado de los pájaros, en su
ir y venir, cargando materiales para adecentar sus nidos. Ya empezamos
los humanos a hacer lo mismo y nos preparamos para pintar las casas y
arreglar los jardines. Comienza la vida en el exterior. Se acaba el
letargo. Despertamos.
Ya
pronto llegarán los turistas, como cada año. Y como cada año nos
agobiaremos con los atascos, con la masificación, con el caos. Y nos
quejaremos enfurecidos. Con o sin razón, echaremos la culpa de todos
nuestros males a la gente que viene a pasar aquí sus vacaciones. Les
llamaremos despectivamente “guiris” y los trataremos con un
cierto desprecio. Son los invasores, son los que nos rompen la paz,
son los que ensucian y maltratan la isla. Parecen el enemigo.
Y con
falsa resignación, ya que vienen, intentaremos sacar tajada de
ellos. Subiremos los precios de todo, desde el agua embotellada hasta
los alquileres de las casas. Desde una caña de cerveza en un bar de
mala muerte, hasta una minúscula croqueta en un supuesto Beach Club.
¿Por qué no? Aprovechemos la situación, sería de tontos no
hacerlo. Total no se enteran, son guiris, y encima en unos días se
van y vienen otros nuevos a los que podremos engañar.
Pero
de pronto nos enfadamos muchísimo al ver que hemos caído en nuestra
propia trampa. Nos damos cuenta de que nosotros, los isleños, los
residentes, los listos, acabamos pagando esos precios también. Y las
redes sociales se llenan de fotos de facturas de restaurantes: “¡80€
por una ensalada!”, “¡40€ por una caña!”. Nos indignamos
con los precios de la vivienda:“¡800€ por una colchoneta en un
balcón!” “¡6.000€ por un apartamento ruinoso!”. “¡Hay que
ver cómo es la gente!”, “¡Están echando la isla a perder!”,
decimos cargados de razón.
Y es
verdad, hay que ver cómo es la gente. La gente: ese ente abstracto
que nos molesta, nos engaña y nos hace sufrir. Pero ahora piensa y
dime: ¿Quién es “la gente”? Tú eres gente, yo soy gente. No
sólo son gente los demás. Cuando decimos:“¡Qué horror! Cuánta
gente había en la playa”, olvidamos que nosotros somos parte de
esa masa de colorines que está tumbada en la arena o de pie en la
orilla. Formamos parte de esa foto que aparece en las noticias cuándo
hablan de la masificación de la costa. Nosotros somos gente, pero se
nos olvida.
¡Se
nos olvidan tantas cosas! Se nos olvida que ·más· no es sinónimo
de ·mejor·. Se nos olvida que la avaricia es una enfermedad, que la
estafa es un delito, que no todo vale y que no todo tiene solución.
Pero se nos olvida lo más importante, y es que esta isla tan bonita,
con la que se nos llena la boca al pronunciar su nombre, esa que
tanto amamos, la joya de las joyas, la Diosa del Mediterráneo, a
esa, a Ella, entre todos, la estamos matando.
Pero
ella hace que no lo sabe y sigue floreciendo sus jaras y sus lirios.
Y sigue limpiando su agua y bañando sus playas. Sigue amaneciendo y
atardeciendo como si no pasara nada. Como si no nos odiara por
hacerle daño. Como si aún nos quisiera.
Y aquí
los listos, los que nos ufanamos en hacer ver que la queremos,
seguimos despotricando año tras año, con la boca grande o con la
boca chica, de lo mala que es la gente. Qué malos son los otros, los
demás. Qué mala gente somos la gente.